La práctica deportiva, lejos de disminuir el riesgo cardiovascular en sujetos con niveles elevados de colesterol malo, lo amplifican, ya que la actividad física intensa y prolongada se acompaña de altos niveles de estrés oxidativo.
Si bien, el ejercicio físico aeróbico promueve un incremento ligero en los niveles de colesterol bueno (cHDL), sobre todo cuando se realizan varias sesiones por semana, el llamado colesterol malo (cLDL) es el que menos baja con la actividad física. Si un sujeto mantiene niveles altos de colesterol malo, no puede esperar que con el ejercicio esos niveles se modifiquen junto a la disminución de la grasa corporal, como efecto del ejercicio. Más bien, la consecuencia de un alto volumen de entrenamiento serán los cambios oxidativos en las partículas de colesterol malo y, por tanto, una mayor predisposición para la ateroesclerosis. La consecuencia de un alto nivel de actividad física es un mayor estrés oxidativo, lo que significa más radicales libres de oxígeno en circulación, oxidación del colesterol malo, aumento de la placa en arterias y empeoramiento de la salud del deportista. En todos los casos, la adecuada ingesta de ácidos grasos omega 3, omega 9 y omega 6, además de la limitación en el consumo de grasas de origen animal es la pauta recomendable. En el caso de sujetos con triglicéridos y/o colesterol elevado, lo anterior es aún más necesario, pues con el ejercicio, en estos casos, se eleva el riesgo cardiovascular.
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