Tan perjudicial para la conservación de la buena salud y el óptimo desempeño deportivo lo es tanto el exceso en el consumo de “grasas” como la ausencia de ellas en la alimentación del deportista.
En estricto sentido, las llamadas grasas constituyen uno de dos grupos de lípidos que existen. El otro, son los aceites. Mientras que las grasas son de origen animal y se encuentran en estado sólido (como la manteca de cerdo o la mantequilla, por ejemplo), los aceites son de origen vegetal y se encuentran en forma líquida (en las semillas oleaginosas como la nuez, almendra, ajonjolí, cacahuate, semilla de girasol, entre otras; o en el aguacate, o las aceitunas, por ejemplo). Tanto de unas, como de otros, el organismo humano obtiene ácidos grasos, moléculas portadoras de altos niveles de energía. De aquí deriva la doble importancia de los lípidos: constituyen, al formar triglicéridos, la más abundante reserva energética para el organismo, al mismo tiempo que el sustrato energético más destacado para desarrollar las actividades deportivas de resistencia. Y no solo eso: en personas sanas, y en ausencia de concentraciones elevadas de insulina, las reservas grasas del organismo desempeñan el principal papel energético. Sin embargo, tanto los llamados “picos” insulínicos, como las elevadas concentraciones de insulina por tiempo prolongado, característicos de dietas saturadas en carbohidratos, inhiben la movilización de las reservas grasas y, a la vez, alientan la acumulación de grasa corporal. El problema es mayor si, además, el consumo de alimentos que contienen un elevado nivel de grasas y aceites se vuelve una práctica cotidiana.
Así, pues, en un sentido positivo, y desde el punto de vista energético, los lípidos son imprescindibles para los deportistas de resistencia y para personas sanas pero sedentarias. Y, en un sentido negativo, el alto consumo de lípidos les impide alcanzar a los deportistas en general una adecuada composición corporal (grasa corporal/músculo), mientras que en la población no deportista es una causa de obesidad y base para severos trastornos de salud. El consumo recomendable de lípidos, a través de la alimentación, debe ser de 20 por ciento a 40 por ciento del requerimiento energético total diario; además, debe provenir de aceites vegetales y pescados de agua fría.